Intervención preparada por Laura Arias y Daniel García para el curso «La infancia en el corazón de los Objetivos de Desarrollo Sostenible» organizado por UNICEF y Universidad Autónoma de Madrid.

S SDG Poster_-Tabloid

En los últimos años abundan los informes y artículos que señalan el aumento de la desigualdad y la pobreza en España, muchos de ellos focalizados en la infancia. Así, en el informe “Equidad para los niños: el caso de España”, de UNICEF, se señalan algunas cifras impactantes, como que el 36% de los menores españoles viven hoy en riesgo de pobreza o exclusión social (indicador AROPE), de acuerdo con Eurostat. Esta cifra está seis puntos por encima de la media y multiplica por tres la de los mayores de 65, un grupo tradicionalmente vulnerable. Solo cinco países (Rumanía, Bulgaria, Hungría, Grecia y Macedonia) están peor que España en este indicador.

Al mismo tiempo, se habla de la crisis como un fenómeno que afecta a toda la sociedad por igual, y abundan sobre todo los ejemplos más cercanos a quienes más consumen las noticias de los medios. Se habla así de quiénes perdieron su empleo o su casa, pero no de quiénes nunca tuvieron un trabajo reconocido ni bien remunerado, ni de quienes nunca tuvieron acceso a una vivienda digna y llevan toda su vida entre chabolas, centros de acogida y ocupaciones de pisos vacíos al no encontrar otras alternativas. Sin embargo, al ver el siguiente gráfico es evidente que la crisis no afecta a todo el mundo de manera homogénea, sino que se ceba especialmente con quienes más dificultades tienen.

Gráfica Crisis Ingresos Percentiles.png

Esta gráfica recoge sólo los datos sobre ingresos. ¿Qué hay sobre otros aspectos de la vida, como acceso a cuidados sanitarios, educación, redes de apoyo social? Son realidades sobre las que se presta menos atención, pero que además no se pueden abordar de manera independiente. Porque tener muy escasos ingresos determina mucho las oportunidades educativas y relacionales, y estás influyen de manera clara en la salud, lo que a su vez dificulta el acceso al mundo laboral y a unos ingresos dignos… Una espiral de dificultades que tiende a arrastrar a quienes viven en mayor pobreza y exclusión hacia la impotencia y el olvido por parte del resto de la sociedad.

Las desigualdades no pueden abordarse sólo en la distancia de los fríos datos. Porque la desigualdad social se encarna en la vida concreta de muchos niños y niñas, de muchas madres y padres. Familias como la de Andrés, que tiene 10 años y es el tercero de cuatro hermanos. Acaban de terminar el curso escolar, pero su madre, Ángela, ya está preocupada pensando en lo que pueda pasar en septiembre. Sus hijos, como los de otras familias de bajo poder adquisitivo, dependen de las ayudas para libros y material escolar, así como de las becas de comedor escolar. Y a día de hoy no sabe cómo van a funcionar en los próximos meses. Los últimos años se han ido pasando la pelota entre la Comunidad de Madrid y Ayuntamiento, cambiando constantemente criterios y protocolos, e incluso dejando de pagar el comedor en algunas ocasiones. La última vez, cuando Andrés fue a la hora de la comida no le dejaron entrar, diciendo que su madre no había pagado, avergonzándole delante de los demás niños.

Respecto a los materiales, Ángela se siente continuamente frustrada por no poder adquirir lo que sus hijos necesitan. Es humillante cuando la maestra te dice que tu hijo necesita más material escolar para poder terminar el curso y sabes que no puedes comprárselo. ¿Cuántas veces habrá tenido que pedir Andrés el lápiz al compañero de al lado? Cuando llega el momento de adquirir los libros que no han entrado en el préstamo, a Ángela le invaden las noches de insomnio pensando en quién podrá dárselos, a quién pedírselos, o si esta vez en la librería tendrán a bien dejárselos pagar a plazos. Además, al tener cuatro hijos, las dificultades se multiplican por cada uno de ellos.

Los niños comprenden la importancia de formarse, porque oyen una y otra vez: “hijo, si estudias tendrás una oportunidad, mírame, yo no estudié y esto es lo que ocurre” o “no querrás que te pase como a mí, pues estudia, hijo, estudia”, “aprovecha ahora que tienes la oportunidad que yo no tuve”. Ángela, como tantas otras madres y padres, se deja la piel para que, quizás, alguno de sus hijos pueda tener una oportunidad. Pero ella carece de estudios básicos, y por tanto no puede apoyar a Andrés ni a sus hermanos con los deberes de casa. Este es otro aspecto en el que existe mucha desigualdad. Aquellos que pueden recurren a lo privado, aprenden idiomas por lo privado, informática, clases particulares, música… o simplemente pagar un logopeda que les enseñe a pronunciar correctamente. Pero quienes están en exclusión dependen de lo público, y la oferta es muy limitada.

El impacto en la mente de estos niños será terrible, no entenderán porqué unos pueden ser ingenieros, médicos, enfermeras, técnicos informáticos… mientras que a ellos la sociedad les deja de lado, sin darles los apoyos que necesitan. Ahora los recortes afectan de manera clara a estos niños y niñas. Pero tampoco cuando se invertía más en educación ellos parecían beneficiarse. A partir del 2003, en los años en los que el gasto público aumentó hasta un 35%, la desigualdad educativa (la distancia que existe entre el 10% de los alumnos con desempeño más bajo y aquellos que se encuentran en el nivel medio) no solo no disminuyó sino que aumentó. Pero esto no pareció importar a muchos, ya que mientras el debate social se centraba en torno a la excelencia educativa y a cómo apoyar a quiénes mejores resultados podían obtener.

Las realidades que duelen suelen esconderse. No nos atrevemos a mirar, a enfrentar la realidad de estos niños y niñas a quienes la pobreza y la exclusión condiciona no solo el presente, sino también el futuro. Niños y niñas que se enfrentan a la condena de vivir igual que lo hicieron sus padres y madres, y a tener que ver en el futuro cómo sus propios hijos padecen esa misma falta de oportunidades y derechos.

En realidad estos niños y niñas son los grandes ausentes de esta mesa. Deberíamos atrevernos a invitarles y lanzarles estas preguntas sobre la desigualdad a ellos mismos. Preguntarles:

  • ¿Cómo te sientes cuando vas al colegio el primer día y ves a tus compañeros con sus nuevas carteras y estuches, mientras que tú llevas la cartera y el estuche de años anteriores?

  • ¿Qué sientes cuando te dice el profesor “sacad los cuadernos” y ves a tus compañeros con los materiales nuevos mientras que tú sacas los restos de pinturas del curso pasado que el día antes estuviste limpiando y sacando punta?

  • ¿Qué piensas cuando tus compañeros sacan todos los libros sobre el pupitre y tú estás con tu cartera vacía, justificándote sin saber qué decir porque estás esperando a que los preste el colegio?

  • ¿A quién culpas cuando te falta un libro y pasan los meses hasta que lo puedes estrenar y mientras tanto te has ido quedando atrás por no poder consultarlo?

  • ¿Sientes que los demás niños te miran o te tratan de forma distinta?

  • ¿Lloras cuando tus compañeros van a una excursión a la que no puedes ir porque no tienes dinero para pagarla?

  • ¿Qué te gustaría ser de mayor? ¿Crees que podrás llegar a conseguirlo?

Mientras tanto, la lucha de Ángela, Andrés y sus hermanos sigue adelante. La lucha por conseguir una alimentación adecuada, a pesar de depender de las limitaciones de los bancos de alimentos en los que la leche escasea y nunca hay carne ni fruta. La lucha por seguir los consejos de los profesionales del centro de salud pese a no tener recursos para adquirir algunos de los alimentos o vacunas de pago recomendadas. La lucha por mantener una buena relación en el vecindario pese a que la tensión acumulada por muchas familias desfavorecidas concentradas siempre en los mismos barrios hace que el riesgo de conflicto siempre esté latente.

Constelaciones familiaresLuchas para las que cada vez encuentran menos apoyos y recursos públicos, ampliamente recortados en los últimos años. Es verdad que han aparecido nuevas iniciativas vecinales de apoyo mutuo, pero también el agravamiento de las dificultades sociales sostenido en el tiempo ha puesto a prueba la resistencia de muchas de las personas y colectivos más frágiles, agotándola en muchos casos. Incluso la red básica de apoyo, la familia, se ha visto atacada en muchas ocasiones. Cuando toca ir a Servicios Sociales, Ángela va asustada, con miedo a que le digan que no cuida bien a sus hijos. Y este miedo no es porque sí, sino por la experiencia previa que ha tenido de sentirse juzgada de manera constante. Si vas mal porque vas mal, y si vas bien porque a lo mejor te dicen que ya no necesitas la ayuda. Tiene algunas amigas que estando en situaciones muy difíciles y de mucho agotamiento, al final han visto como les quitaban a sus hijos metiéndoles en un centro. Eso es lo que más miedo le da. Y esa es precisamente otra dimensión clave de la desigualdad que sufre: el sentir de manera constante que le pueden arrancar lo que más quiere, el motor de su vida y su lucha: sus hijos. Una angustia inimaginable para quienes no se encuentran en esta situación.